De a poco, el sol radiante amenazaba con despertarlos de esa fantasía compartida, creada entre besos y miradas. El tiempo, su gran enemigo, poco a poco asomaba sus afilados dientes y se enfrentaba a un adversario imposible de vencer. Sin temor, sus cuerpos vulnerables temblaban por la frescura que recorría sus espaldas desnudas, mojadas por el rocío sobre el pasto verde bajo ellos. Sus manos, símbolos triunfantes de ese lazo y ese sentimiento que los había convertido en uno, se juntaban al costado de sus cinturas y dibujaban un hermoso cuadro, en el cual se perdían los bordes y uno no podía dilucidar dónde terminaba uno y empezaba el otro. Las interrogantes que los habían atemorizado ayer, ya no importaban. En este mundo en donde ellos estaban, no había palabras. Las tildes y los acentos eran completamente innecesarios, porque mirarse a los ojos -esos ojos resplandecientes gracias a ese gran (e incomparable) sentimiento- era suficiente para deducir lo que el otro quería decir. No había ni ruidos, ni silencios, sólo colores que pintaban los cielos de matices nunca antes vistos. Sus corazones latían fuerte, al unísono. Si bien sus ojos estaban cerrados, veían claramente la figura del otro y sentían cómo, rápidamente, el mundo volvía a perderse. En un estado entre dormidos y despiertos, conscientes e inconscientes, vivieron una historia inexplicable e irrepetible.
Esto está en mi otro blog, pero como lo dejé morir, supuse que era buena idea subirlo acá.
me encantó!, se nota que te salió de lo mas adentro de vos.
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