Miro el reloj: cuatro menos diez. El corazón en la boca y las piernas me tiemblan. No está. Se fue. Lo veo y él me ve. No se fue. El corazón empieza a latir normalmente, y las piernas están lo suficientemente fuertes como para caminar para comprarse un café. Compramos café. Caminamos de nuevo. Hela aquí: mi plaza. Mi plaza favorita para sacar fotos en toda Capital, y te dejé entrar. De nuevo el corazón en la boca; si hay algo que la vida me ha demostrado es que en las plazas pasan muchas cosas -muchas-. ¡Gracias, vida! ¡Me dista la razón! Un empujón violento después y todo se fue a la mierda. Gracias ya no es más la palabra indicada. Miro el reloj. Son tipo las cuatro y media. Otro empujón violento. Pasaron horas. Miro el reloj. No, pasó menos de un minuto. Me quiero ir. No se quiere ir. ¡Carajo! No es él. Definitivamente no es él. Tomen eso como quieran, pero no es él. La llamo. Una llamada y una voz familiar, y mi corazón se calma de nuevo. Quiero escapar, correr mientras no me ve. ¿Qué tan mal quedo si lo hago? Muy. Maldita voz de la razón que se aparece cuando no la quiero. Bueno, está bien. Un debate, genial. Me encanta debatir y tener un intercambio de opiniones -aunque a veces sea hiper mega terca-. No, esperá, no digas eso. Lo dijiste. ¡Honestidad, vení ya! Uh, vino más rápido de lo que pensé. No, esto no va a funcionar.
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