A veces, querés callar las voces que te gritan. A veces, simplemente querés apagar las luces y tapar con ruido los gritos. Pero no siempre funciona así. A veces, como hoy,
el ruido fuerte simplemente causa más disturbios en tu mente, y el dolor presiona más y descubrís que lo que te preocupaba no era lo único que te hacía mal. Con cada respiro y con cada parpadeo, te das cuenta de que la vida te da más de una razón para querer apagar el mundo.
A veces, se complica pelear con el pasado. Hoy, es una de esas veces. Hace días vengo diciendo que no hay que dejar que el pasado condicione lo que el futuro nos ofrece, pero hay cosas de mi pasado que me hacen ser quien soy y me impiden evolucionar a lo que quiero ser. ¿No se entiende? Paso a explicar.
A veces, como estos días, te sentís como la peor escoria del mundo. Te sentís no-querida, ignorada; te sentís como antes. De repente, sentís que el dolor, poco a poco, te va ganando. Que querés dejarte vencer por la tentación, pero lo peleas porque reconocés el largo camino que caminaste, y no querés renunciar a ese logro. Pero después, viene algo así y te sacude, como cuando vas caminando y de pronto una fuerte briza te golpea y por una fracción de segundo, te impide seguir caminando. El tema es que esa fracción de segundo se está convirtiendo en más que simplemente eso.
Cuando pasa esto, intentás sacudirte. Recordarte a vos misma todo lo bueno que lograste y que alcanzaste, y por un tiempo, lo lográs. Empezás gateando, de a poco te vas parando un poco más y para cuando te das cuenta, estás completamente parada de nuevo.
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